A BOCAJARRO
Con sólo aplicar al razonamiento un mínimo de crítica
independiente y leal con la verdad, caemos en la cuenta de que el Estado español, desde Rajoy al último
alcalde y concejal de nuestro organigrama
político de uno y otra mano y
pelaje, esta en manos de una trupe de embusteros de tomo y
lomo, con las excepciones, por supuesto, que confirman la regla.
Ya nadie ignora en
esta piel de toro geográfica que se llama España, que lo que están sobrando son
embusteros, ladrones y vividores
tragaldabas incrustados como liendres en las costuras de la administración, o
séase, gente de mal vivir cual en un
redivivo y cervantino “patio de monipodio”,
pero a lo grande, o, mejor dicho, a lo bestia; porque, eso sí, denotan por
regla general una bestial incultura que
asombra como su indigente caletre es capaz
de pergeñar tanta trola y robos como
se traen entre manos estos españolitos paisanos; en realidad es que el
paisanaje se lo ponemos a huevos con nuestra gilipollez buenista. Aquí “to er
mundo es bueno”, hasta los hideputas
(honorarios) autores de los ERE en Andalucía.
A este cronista oficioso de la villa cartamitana (desde
1.968), le sobran razones para afirmar
lo que antecede, y ello se permite emplazar al más pintado a que le demuestre
lo contrario; a no ser que, quien lo intente, sea otro redomado embustero capaz
de negar cínicamente la evidencia.
Y, lo “a bocajarro” antes dicho, vale --¡cómo lo sabéis zampabollos!-- para los
zocatos que no entren en la excepción como, para los diestros que, en cierta
medida también se vienen luciendo aquí, en Cártama. Si ahorita hubiese unas
elecciones municipales, lo mismo daría votar a unos que a otros: tanto montan
los mamoneados de Blas Piñar como los
de Pablo Iglesias.
Hubo en la
Grecia antigua un
filósofo que vivía cabe un arroyo de cristalinas aguas en donde lavaba sus
lechugas, al que llamaban, Diógenes “El cínico”, cuyo filosofía consistía en llevar a la
exageración el principio socrático de que la virtud está solamente en vivir
conforme a la razón y a la verdad. Sólo
el espíritu, mantenían, ha de tenerse en cuenta y, lo material despreciarse.
Tal prurito moral indujo al genial Diógenes, según la leyenda, a ir por las plazas de Atenas con un farol
encendido en pleno día buscando un hombre, ya que no encontraba
quien mereciera ese nombre por sus virtudes, y, fidelidad a la verdad. Vemos
como es cierto que la historia se repite. Se cuenta que, cuando Alejandro Magno el Grande invadió Atenas y,
como siempre, se interesó por los hombres sabios de la ciudad- estado griega,
insistió en que le dijeran si
conocían alguno más de los sabios que le
habían presentado.
--Bueno.., joven príncipe,
allá abajo hay un filósofo que vive desnudo en un tonel de
barro junto a un arroyo por el que
siempre corre el agua. Es un pobre hombre, insociable, insignificante, aunque inteligente, que no
merece la pena que usted baje a se
interesarse por él.
--No obstante,
adujo Alejandro, quiero hablarle.
Ante Dióigenes, le interpeló: Dime, hombre sabio ¿que necesitas de
inmediato para otorgártelo? Además te invito a venir conmigo para que me aportes
ideas culturales que aplicar a las naciones que conquisto.
--Príncipe, hijo
del gran Felipo, sólo te digo que con tu
cortejo me estás tapando el sol que tomo a estas horas. Vas suficientemente
acompañado y no me necesitas; adiós.
Ya se marchaba Alejandro y sus huestes, cuando Diógenes se puso a lavar sus lechugas y unos
boniatos. Uno de los capitanes que lo observó le dijo:
--Tonto,
imbécil, si siguieras a Alejandro no
tendrías que lavar las lechugas para comer...
--Y, si tú
fueras capaz de lavar las lechugas y boniatos para comer, no tendrías que
seguir a Alejandro. Adujo Diógenes, y, siguió impasible su tarea.
Como moraleja que sacar para estos momentos, digamos que
los embusteros de esta España arruinada por ellos, todo el mundo aspira a
seguir a Alejandro (colocarse en un puesto político dependiente del “Alejandro”
de turno) y, pocos emprenden empresas productivas con que buscarse las
habichuelas y crear trabajo. A más embusteros, más pobreza. Es obvio.